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Médico Internista e Intensivista, y estudioso de las Santas Escrituras (La Biblia), y un predicador incansable del verdadero monoteísmo bíblico, y sobre todo, del mensaje o evangelio del Reino de Dios, que es la única esperanza que tiene este mundo para sobrevivir a su destrucción total.

domingo, 18 de julio de 2010

EL CUARTO MANDAMIENTO MAL COMPRENDIDO POR EL ADVENTISMO

Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

«Por tanto, nadie os juzgue en comida o en bebida, o en cuanto a días de fiesta, luna nueva o días de reposo, todo lo cual es sombra de lo que ha de venir; pero el cuerpo es de Cristo» (Col. 2:16-17).

Una de las líneas del adventismo, encabezada por José Bates, guardaba el sábado. Esta postura se acrecentó en sus seguidores por el hecho de que Elena White haya experimentado una “visión reveladora del cielo” que consistía en “haber visto el arca del pacto mostrando las tablas abiertas con el cuarto mandamiento destacado en un círculo de luz resplandeciente”. Se admite dentro del adventismo que guardar el día de reposo es el sello de Dios y guardar el día domingo “el sello del anticristo”, porque es “la marca de la bestia”. Aclararemos este punto también un poco más adelante de este escrito.

Es importante tener en cuenta que el sábado es tan sólo un recuerdo de la primera y antiquísma creación. Esta creación fue perfecta en un principio, pero a causa del pecado edénico fue trastornada y corrompida hasta este día. Después que Dios concluyó su obra creadora en seis días, reposo en el séptimo día. La obra creadora había sido terminada en seis días. El reposo de Dios, significa aquí, algo [completado]; no se vincula a la idea de [cansancio]. El día de reposo es un prototipo, una analogía para el reposo del hombre que se ordena en la ley de Moisés y que involucra precisamente al pueblo judío y no a otra nación del mundo de cualquier época. Antes de ser instituido como el cuarto mandamiento dentro de la ley mosaica, por casi [dos mil quinientos años] no había sido decretado por el Sabio Divino para que con exigencia se guardara. El séptimo día indica la consumación de la obra creadora de Dios y fue conmemorado en selecto modo por el pueblo de Israel con el regocijo y la complacencia de que Dios culminó su magnífica obra creadora, tan adecuada a su santa voluntad: «Implica (ó) la consagración especial de tiempo y energías para Dios, mediante la provisión de oportunidades para el descanso físico, la recuperación de energías, el refrigerio espiritual, el rejuvenecimiento y el servicio».

La palabra sábado no aparece en Gn. 2:2. Pero de ella resulta el verbo que significa «descanso». Su relación es evidente con los seis días de la creación de Dios. Dios manda, en un claro pararlelismo, al pueblo de Israel recordar y santificar el día de reposo: el día en que se abstuvo de continuar creando por haber finalizado su obra creadora que había emprendido por su infinito amor. Dios ordena al pueblo Israel, y no a la Iglesia, el séptimo día para guardarlo: « . . . y lo santificó en el sentido de que quienes lo observaran se harían dignos merecedores a las bendiciones divinas».

La ley fue entrgada solamente para el pueblo de Israel. En esta ley se incluye guardar el día de reposo para ser santificado:

«Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó» (Ex. 20:8-11).

El cuarto mandamiento de la ley mosaica fue un convenio cerrado entre Dios y la nación de Israel, pero nunca para el resto de los pueblos de la tierra:

«Los saqué de la tierra de Egipto, y los traje al desierto, y les di mis estatutos, y les hice conocer mis decretos, por los cuales el hombre que los cumpliere vivirá. Y les di también mis días de reposo, para que fuesen por señal entre mí y ellos, para que supiesen que yo soy Jehová que los santifico. Mas se rebeló contra mí la casa de Israel en el desierto; no anduvieron en mis estatutos, y desecharon mis decretos, por los cuales el hombre que los cumpliere, vivirá; y mis días de reposo profanaron en gran manera; dije, por tanto, que derramaría sobre ellos mi ira en el desierto para exterminarlos» (Ez. 20:10-13).

El día de reposo fue un memorial para la nación de Israel de que fue libertada de servidumbre y de esclavitud en la tierra egipcia (Dt. 5:12-15).

Por otro lado, «el primer día de la semana», que es el domingo (Jn. 20:1), es un memorial de la resurrección de Nuestro Señor Jesurcristo, cuando fue desatado de los lazos de la muerte para vencerla en definitiva. En seis días Dios culminó su obra creadora, y el séptimo día reposo de ella. En cambio, Cristo, es el representante de la «nueva creación», su [cabeza]. Esta «nueva creación», la Iglesia (2 Co. 5:17), queda establecida con su muerte en el Gólgota y en su resurrección física. Cristo es el agente humano de la línea familiar de David, el destinado para regir, como el [primogénito] de Dios, el nuevo orden teocrático venidero, ya que «todas las cosas, las futuras (que no poseen ninguna relación con la creación inicial), fueron hechas en Cristo»: «Todo fue creado por medio él y para él» (y no “por él”, que quede bien claro esto. Mírese por favor Col 1:13). Con su resurrección, Cristo nos ha dado entrada al «nuevo reposo», a «uno mejor» (Heb. 4:3-11). La antigua creación, por consiguiente, ha venido a constituirse una [sombra] de la [nueva creación].

Jamás la ley tuvo la finalidad de [salvar]. Ésta funcionó como un «tutor» (paidagogos, gr.) cuyo fin era revelar el estado pecaminoso del hombre, su ineptitud para llegar a Dios. La ley dirige al hombre a buscar a Dios para que sea justificado por la gracia, por medio de la fe, que es en Cristo Jesús (Ef. 2:8; 3:12; Heb. 12:2). La ley muestra al pecador la santidad de Dios y el riesgo que acarrea una vida de pecado. A través de la ley el pecador justiprecia su condición espiritual que “no es en nada buena”. Sólo así entonces recurrirá por fe a Cristo para obtener una reconciliación real con Dios:

«Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida» (Ro. 5:10).

Con la muerte y resurrección del Señor Jesucristo, la ley quedó inservible en su totalidad; caducó, irreversiblemente, para simpre «. . . porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree» (Ro. 10:4). El hombre no es justificado por guardar el sábado como lo divulgan con enagño los adventistas del día séptimo. El día de reposo peretenció a la ley pasada que no salva a nadie, porque « . . . si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo» (Gal. 2:21). Es absurdo tratar de justificarse ante Dios por una ley que ahora es “sombra” y “polvo disperso en el océano de los vientos”, mientras que por otra parte tenemos la [realidad de un nuevo reposo] que Cristo ofrece con su muerte y resurrección, en el tiempo de la «gracia salvadora».

Pablo advierte en su epístola a los Gálatas de los judaizantes que obligaban a los creyenes a guardar los ritos innecesarios de la ley para alcanzar la salvación. Los adventistas son esta clase de “judaizantes” de los que habla Pablo. La salvación que ofrece la «gracia» no se adquiere por guardar los rígidos preceptos de una ley muerta, ni por ninguna obra, sino por la fe en Jesucristo. Con Cristo quedaron clavados en la cruz del Calvario todos los mandatos y ritos de la ley, sin excepciones favorables para los legalistas del llamado adventismo cristiano:

« . . . anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz . . . » (Gal. 2:14).

Pablo hace un lista de algunos días que eran guardados conforme a la ley de esclavitud, [inútiles] para la vigente dispensación:

«Ciertamente, en otro tiempo, no conociendo a Dios, servíais a los que por naturaleza no son dioses; mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar? Guardáis [los días], [los meses], [los tiempos] y [los años]. Me temo de vosotros, que haya trabajado en vano con vosotros» (Gal. 4:8-11).

Es por medio de la ley que Pablo concientiza la realidad del pecado: Pablo supo que la ley no le daba poder para dominar este mal. Exhorta al creyente para que abandone la ley debido a su ineficacia para acercarse a Dios (Gal. 2:19). Cristo nos libra de la carga y de los lazos del legalismo pasado porque él es « . . . el camino, y la verdad, y la vida . . .» (Jn. 14:6). Pablo considera un [transgresor] al que después de haber estado en Cristo vuelve nuevamente al extinto sistema legalista (Gal. 2:17, 18); así que los adventistas tienen mucho que reflexionar a este respecto. Pablo reprende duramente a los gálatas por habrse dejado engatusar (hechizar) por los malignos judaizantes que los arrastraban de la [cruz] a la [ley], a pesar de que les había explicado el perfecto significado del madero donde murió Cristo (Gal. 3:1). Pablo escribe a los gálatas que retomar el viejo legalismo no es más excelente que retornar a la idolatría de los infieles paganos. «A los que por naturaleza no son dioses», a los «demonios», «que se llamen dioses», adorando imágenes hechas a mano (véase Gal. 4:8-11; 1 Co. 10:20; 1 Co. 8:5; Hech. 17:29).

«Seguís observando» (Gal. 4:10). « . . . La meticulosa observancia de los fariseos era conocida a fondo por Pablo. Y le dolía en lo más hondo ver, después de su propia liberación tan llena de misericordia, que estos cristianos gentiles eran en cambio arrastrados a la telaraña de los cristianos judaizantes, siendo que habían sido libertados, vueltos a esclavizar ahora. Pablo no describe los “días” (sábados, días de ayuno, fiestas, lunas nuevas) ni los “meses” (Is. 66:23) que fueron particularmente observados en el exilio, ni las “sazones” (las pascuas, pentecostés, tabernáculos, etc.) ni los “años” (años sabáticos cada siete años, y el Año de Jubileo). Pablo no objeta a estas observancias, porque el mismo las observaba como judío. Objetaba a que los gentiles las adoptasen como medio de salvación».

El creyente que está en la fe de Cristo, que ha creído en su muerte y resurrección, sin ser estorbrado por la ley en la cual el cuarto mandamiento se encontraba adherido y cuya función terminó, a muerto a la vida anterior de pecado, resucitando a una vida nueva en Cristo (Gal. 2:20; Ro. 6:1-10; 7:6).

Los judíos tuvieron a Abraham como padre que les proveía toda clase de bendiciones espirtuales. Creían qué por el hecho de ser descendientes de este santo patriarca Dios los había justificado con seguridad. Pablo explica que Abraham fue justificado ante Dios por la fe y no por las obras de la ley, ya que en el tiempo en que Abraham vivía la ley aun no se había declarado. Pablo enfatiza que los verdadros hijos de Abraham son aquellos que viven según la [fe]. Tales son los dignos merecedores de las bendiciones de la herencia y no los que guardan con vano celo «los mandatos obsoletos escritos en las tablas de piedra» (véase por favor 2 Co. 3:1-16 para que bien se comprenda).

Pablo aconseja a los cristianos de Colosas (Col 2:13-17) sobre la importancia de no regresar a la escalvitud de los [ritos]; de no tener en cuenta las opiniones o el juicio de otros sobre lo que comían o del día de reposo que guardaban. Esto era una cuestión de criterio o de conciencia, y «no de obligación». Nadie debía de imponer a la fuerza estas situaciones a otros. La salvación no se adquiere por guardar cierto rito o alguna ceremonia religiosa de la ley. «Cristo es la consumación de aquello que se anuncia en la ceremonia de la ley, librándonos de las ataduras del legalismo» (véase Ro. 2:25-29; 3:27-31; 10:4). Es por eso, que para el cristiano, el cuarto mandamiento de la ley, sale sin lugar a dudas sobrando en ancho despliegue para el creyente en Cristo. Es por demás intrascendente para los verdaderos hijos de Dios. Diría yo, una absoluta pérdida de tiempo.

Estamos bajo los «lineamientos» del Nuevo Pacto que Jeremías vaticinó en el Antiguo Testamento. No nos hallamos bajo el yugo de la ley mosiaca que expiró a través de Cristo para siempre:

«Porque si aquel primero hubiera sido sin defecto (el de la ley mosaica), ciertamente no se hubiera procurado lugar para el segundo (el Nuevo Pacto). Porque reprendiéndolos dice: He aquí vienen días, dice el Señor, en que estableceré con la casa de Israel y la casa de Judá un nuevo pacto; no como el pacto que hice con sus padres el día que los tomé de la mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos no permanecieron en mi pacto, y yo me desentendí de ellos, dice el Señor. Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo; y ninguno enseñará a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce al Señor; porque todos me conocerán, desde el menor hasta el mayor de ellos. Porque seré propicio a sus injusticias, y nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades. Al decir: Nuevo pacto, ha dado por viejo al primero; y lo que se da por viejo y se envejece, está próximo a desaparecer» (Ro. 8:7-13).

Para los “teólogos” del adventismo la palabra «sabbáton» de Col. 2:16 no se relaciona con los sábados observados cada semana: Su relación se establece con “otras fiestas judías religiosas”. El vocablo [sabbáton], que significa [día de reposo], se encuentra [setenta veces] en el Nuevo Testamento. «En todas menos una, los adventistas están de acuerdo en que la palabra se refiere al sábado de cada semana». Es absurdo que en otras partes de las Escrituras esta palabra tenga un significado diferente, excepto aquí. Un ridículo embrollo que pretexta la observancia del sábado para que la salvación sea una “completa”.

Otro tremendo error de parte de los adventistas es el creer que Constantino y el papa “cambiaron” la observancia del sábado por la del día domingo. Para Elena White el cambio del sábado por el domingo era “la marca del anticristo”. Esto lo han concebido de Dn. 7:25, donde se menciona que el anticristo «pensará cambiar los tiempos y la ley». El guardar el domingo por el sábado es para el adventismo este “cambio” aludido en este verso último hallado en el veterotestamento. Así qué para la señora Elena Harmon de White, esto no era menos que una cuestión antibíblica. Constantino, emperador romano, lo único que hizo fue legalizar en el año 321 d. C. la observancia del día domingo que se conservaba como una tradición ya preexistente.

Históricamente los creyentes en Cristo comenzaron a congregarse en el primer día de la semana para celebrar la resurrección gloriosa de Cristo. En este maravilloso día, el Señor fue desamarrado de los poderosas cadenas antes indestructibles de la muerte (Jn. 20:1-19). Por esta razón, los verdaderos cristianos festejan este importante día de vida y de cuantioso gozo.

Padres de la Iglesia Primitiva que aprobaron la obervancia del día domingo, antes que Constantino lo oficializara como día de costumbre tradicional:

Bernabé (fallecido el 61 d. C.), compañero del apóstol Pablo dijo:

«De manera que nosotros observamos el octavo día con regocijo, el día en que Jesús resucitó de los muertos».

Victoriano, dijo en el 300 d. C.:

«En el día del Señor acudimos a tomar nuestro pan con acción de gracias, para que [no se crea que observamos el sábado con los judíos], lo cual Cristo mismo, el Señor del sábado, abolió en su cuerpo».

La Didaché (65-80 d. C.) dice al respecto:

«Cuando os reuniéreis en el domingo del Señor, partid el pan, y para que el sacrificio sea puro, dad gracias después de haber confesado vuestros pecados. El que de entre vosotros estuviere enemistado con su amigo, que se aleje de la asamblea hasta que se haya reconciliado con él, a fin de no profanar vuestro sacrificio. He aquí las propias palabras del Señor: «En todo tiempo y lugar me traeréis una víctima pura, porque soy el gran Rey, dice el Señor, y entre los pueblos paganos, mi nombre es admirable».

Comentario al Texto Griego del Nuevo Testamento. A.T. Robertson.

Biblia de Estudio “Siglo XXI” (RVA).

Biblia de Estudio “Plenitud” (RV: NVI).

¿Cuál Camino? Luisa Jeter de Walker.

Dios les bendiga siempre.

CRISTO: PERFECTO HOMBRE

Por el Dr. Javier Rivas Martínez (MD)

El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación. Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él (Col.1:15-16).

Cristo es la sabiduría completa de Dios hecha carne, la plenitud de Dios manifestada en su Humanidad intachable y perfecta, «por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud» (Col. 1:19).

Cristo no fue jamás un ser preexistente que tomó la forma de hombre para obtener dos naturalezas, una deífica y otra humana (hipóstasis), y por ende, dos personalidades, como los que padecen dos personalidades, múltiples y enfermizas, originadas por un severo disturbio mental.

«A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer (Jn.1:18).

El texto de arriba devela que Cristo no es Dios como el Padre (1 Co. 8:4-6), sino la «imagen» (eikön, gr.) del Dios invisible, es decir, Uno que refleja su santidad, su amor, su justicia y pureza. Cristo es la máxima reflexión del carácter santo de Dios. El hombre fue hecho «a imagen y semejanza de Dios», porque tiene atributos trasmitidos de la Deidad como son el amor, la bondad, y la justicia, a pesar de su naturaleza “defectuosa” y pecadora (Gn. 1:26; Ro. 7:24; 1 Jn. 1:8-10).

La Biblia declara que, a Dios nadie lo ha podido ver nunca; no existe persona conocida, antes y después, que lo haya visto literalmente en un momento dado (1J. 4:12). Esta importante y categórica declaración libra o exime a Cristo como tal, como parte de una Deidad mitificada, porque él fue visto por sus contemporáneos: por sus seguidores y enemigos, por sus propios discípulos.

El apóstol Pedro escribe su testimonio al respecto en 2 P. 1:16:

«Porque no os hemos dado a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo siguiendo fábulas artificiosas, sino como habiendo visto con nuestros propios ojos su majestad».

Y en otra parte, en 1 de Jn. 1:1-3, el apóstol amado dice además:

«Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó ); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con su Hijo Jesucristo».

Las pruebas que Juan presenta con relación a Cristo como Hombre y no como Dios demuestran que pudo ser visto, oído y palpado. La humanidad de Cristo fue confirmada por el hecho que Juan lo pudo ver y tocar, incluso, «se había recostado sobre su pecho» (Jn. 21:20). Dios dijo a Moisés: «…No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá» (Ex. 33:20), por lo tanto, ¿es debido seguir pensando qué Cristo es Dios?

Como primogénito (prötotokos, gr.) de toda creación (päsës ktiseös, gr.), Jesús es el Hijo del Dios verdadero por excelencia «porque él le ha hecho Señor y Cristo» (Hech. 2:36). Por este razón Jesucristo tiene preeminencia o privilegio sobre los seres creados, celestiales y terrenales, ya que el Padre «le ha dado un nombre que es sobre todo nombre, exaltándolo a lo sumo» (Fil. 2:9). Jesús mismo declaró que «toda potestad le fue dada en el cielo y en la tierra» (Mt.28:18). Cristo es «el primogénito de toda creación», porque tiene preeminencia como digno mandatario sobre una tierra restituida, la cual regirá como el legítimo Rey del trono davídico, según la promesa divina decretada en el Antiguo Testamento y reiterada en el Nuevo (Sal. 2; Lc. 1:32). No existe en Cristo conexo alguno con la actual y vieja creación que está caída, la maldecida por Dios a causa del pecado del primer hombre (Gn. 3:17), y que gime por experimentar su glorioso cambio (Ro. 8: 18-23).

Se tendrá en cuenta que Cristo no fue un ser creado, sino engendrado. Para la creación del hombre terreno que pertenece a la humanidad natural y fallida se requiere de dos células muy diferentes entre sí, una femenina y la otra masculina. Estas células ya unidas darán la formación de una célula especial y única que se desarrollará más tarde en un individuo humano con sus bien definidas y sabidas características imperfectas. En Cristo no fue de ese modo. Podríamos decir que una parte de Dios fue puesta en el óvulo femenino de María por medio del poder del Espíritu Santo dando el engendramiento de Cristo. El principio de la existencia de Cristo está en su engendramiento porque «el santo Ser que nacerá, será llamado Hijo de Dios» (el ángel no dice: «nacerá el que es Hijo de Dios», como si existiese siempre. Lc.1:35). Aún antes del nacimiento de Cristo, Isaías tampoco lo insinúa como un ser existente o eterno, sino como una persona que sería después:«…y se llamará su nombre Admirable, Consejero, «Dios Fuerte» (como poderoso representante de Dios en la tierra, como fue constituido Moisés ante faraón, véase Ex. 1:7), «Padre Eterno» (como futura Cabeza del mundo renovado milenario), Príncipe de Paz» (Is. 9:6).

La preexistencia de Cristo se fundamentó en el gnosticismo que se desarrolló con plenitud en el siglo II a. C. y sigue hoy arraigada con sus gruesas, antañosas y retorcidas raíces en las iglesias de estandarte cristiano- protestante. Los gnósticos concebían a Cristo como un ser emitido del Dios supremo, como un “aeón”, como un espectro. Cristo, como «el principio de la creación de Dios» (hei archèi teîs ktíseôs toû tehoû, gr.) no es la primera criatura creada como Arrio y sus seguidores creían, ni como ahora creen los Mormones y los Testigos de Jehová, indiscutiblemente, los nuevos arrianos. Cristo como este «principio», es el heredero del mundo escatológico, la Cabeza de la Iglesia y que guiará en su segunda venida, el Rey Mesiánico victorioso que se sentará en el trono de David su Padre y cuya gloria será mayor que la de los gobernantes y príncipes de la tierra, que la del mismo rey Salomón. «Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él» (1 Col. 1:16).

Realmente, significa, que estas cosas fueron creadas «en» Jesús, «por medio» de él y «para él». (A. Buzzard comenta que las preposiciones de Col. 1:16, requieren ser traducidas con exactitud, por tan divulgado malentendido). No significa que Cristo haya sido el autor de la creación presente y antigua. Significa, que, Cristo, como el Hijo de Dios nacido, es el heredero cósmico destinado en un principio por Dios. Cristo es la razón suficiente para que la creación exista y cuya causa u origen es el único Dios: el Padre. Cristo es el jefe del nuevo orden universal (hablo en prolepsis).

Después de que Cristo descienda en gloria, en su Parusía, tomará el mando de este orden ya regenerado antes. Cristo fue revelado en el mundo como el Mesías de Dios, como «el primogénito de los muertos» (Ap. 1:5) y que a través de su resurrección «hemos sido hechos partícipes de la naturaleza divina», para «reinar juntamente con él» en el tiempo que se manifieste ante los hombres, cuando sea visto en gloria (2 P. 1:4; Ap. 1:7; 20:4, 6), como «el soberano de los reyes de la tierra» (Ap. 1:5), «porque el es Rey de reyes, y Señor de señores» (Ap. 19:16).

Amén.